El Viejo Erasmo y sus Periplos Callejeros

Pequeñas historias de la cotidianidad de un mendigo perdido en Santiago.

Mes: enero, 2014

Ocurrencias

Siempre hacen paseos: pa’ la yapla, pal’ sure y,  pa’ las viejas: a Pomaire. Pero ahora,  a los del Hogar de Cristo se les ocurrió nada mejor que arrendar el club de campo las vizcachas. Ahí estaba la gran parte de vagabundos de Santiago.

Entremedio de una vieja hedionda y con manchas de barro en la cara, estaba el viejo y nunca bien ponderado Don Erasmo, con su prominente barba, con la ropa de hace meses y su gesto de poca confianza hacia la institución de caridá. Junto a él, su perro  ladilla mordía un guarén.

Estuvieron cuarenta y cinco minutos cronometrados en el lugar y, acto seguido, los echaron cascando. Les prohibieron rotundamente la entrada  a la piscina (para que no se echara a perder el filtro con tanta cochiná), les enseñaron Yoga y les dieron pa’ comer un Chocman más un jugo Kapo. Nada de asados, ni su  buena pichanga  ¡Niun’ tejido pa’ las viejas! Nada de nada.

Como corderitos los mandaban de vuelta a los buses, pero Don Erasmo –visiblemente molesto  y cagao’ de hambre– se las arregló para pasar inadvertido y escabullirse entre medio de los matorrales.

Comenzó, entonces,  a abrirse paso entre los cordones precordilleranos, recogiendo carbón, pidiendo agüita y echando su cagá loca por ahí (Yo, como humilde escritor de sus hazañas, coincido en que había que darse el lujo).

De pronto,  llegó a una buena cumbre  y se asentó. Le quitó el guarén a Ladilla, puso el carbón y encendió su buena llama. Ahí, se dirigió elocuentemente a su can:

–¡Ya, huevón, vamos a hacer el terrile’ asao’! Vai’ a ver perro culiao, te vay a chupar hasta la patita coja que tenís…

Tal fue la ocurrencia, que hasta hoy  se quema esa parte de la cordillera.

–Fin–

Años Dorados

Hace tiempo ya que surgió el rumor de que Don Erasmo, el anciano vagabundo,  antaño había sido un gran músico del Conservatorio. Sí, señor: un eximio pianista y guaripola (en una banda local). De hecho, había colaborado con grandes de la escena musical nacional de todas las épocas.

Se hablaba  de que grandes himnos criollos como “El Hincha”, “Culpable Soy Yo” e incluso la recordada “Muevan las Industrias”, eran –en verdad- canciones del viejo Erasmo. Hasta unos  opinólogos daban por hecho un posible amorío con Cecilia y  una gran amistad con Zalito Reyes (el oriundo de Conshalí).

Así es como tal día Don Erasmo, con ese andar de bolas secas y apesadumbradas por el tiempo,  a la vuelta de la esquina, en el kiosko de Monjitas con Veintiuno de Mayo,  se dio cuenta de los pedazos de títulos que tenían los deshonrosos tabloides nacionales: “LA VIDA DE UN MÚSICO QUE UN DÍA PERDIÓ TODO”, decía El Mercurio;  “CHACAL  INTÉRPRETE QUEDÓ SIN NIUNO’ Y EN LA LLECA”, puso La Cuarta;  “LA DICTADURA CONVIRTIÓ A UN MÚSICO EN VAGABUNDO”,  redactó El Ciudadano.

El viejo Erasmo aprovechó el descuido del vendedor y  se guachipitió’ varios diarios bajo el ala.  Se sentó bajo la Catedral  junto a su fiel can Ladilla y comenzó a leer durante varias horas los múltiples reportajes,  breves  y  artículos que retrataban su historia.

Súbitamente, el vagabundo se levantó  con una expresión dulce  y,  bajo la mirada perpleja de los turistas, padres, niños y familias completas que transitaban por el Paseo ese sábado en la mañana, dejó caer sus pantalones.  Acto seguido, se agachó suavemente y comenzó a defecar cada uno de los diarios que había leído.

Sin limpiarse, subió sus pantalones  y se abrió de piernas para acomodarlos. Ahí,  mientras emprendía la marcha explicó tranquilamente a Ladilla:

¿Qué te dije perro culiao? Sabía que me iban a confundir con el  Erasmito Huentepán del Hogar de Cristo ¡INDIO CULIAO! ¿Qué va a tocar piano ese weón?…Después del video de llutube, creen que todos somos músicos.

 

—Fin—

Año Nuevo

Sacando cuentas estaba Don Erasmo. Anoche. Ahí metido entre tanta bazofia y humanidad, saboreando un plátano medio oxidado. Así, sin más, comiéndose hasta la cáscara y sacando cuentas, o bien,  haciendo el balance de fin de año (tan popular como ha sido siempre).

–¿Qué opinai’, viejo Erasmo? –Se dijo sorprendido a sí mismo. –Este año no fue tan malito: se me quitó la hinchazón del pie, me corté las uñitas de las manitos,  estoy estrenando mi calzón amarillo…Ñá, está bien, Erasmo. Está bien, viejo. Pero, sí, igual faltó, comidita, su copetito… ¿Y qué será del…? ¿Cómo? ¿Qué? ¡Verduras!…bah, anda, la puta, Rucia culiá…Un, dos, cuatro, ocho. Rucia culiá… ¡La Rucia RECULIÁ!

Y así durante minutos, comenzó a desvariar. Era cierto, no fue un año malo, pero Don Erasmo mostraba signos de demencia senil. Más no de la actual y poco conocida depresión social.

Ahí, sobre la misma, se cumplieron las doce. Todos se abrazaban, tomaban a destajo y en la Torre Entel los fuegos de artificio comenzaron a iluminar el cielo. Mientras, los que estaban cerca del viejo Erasmo, lejos de escuchar los artificiales y los “feliz año”, oían los frenéticos gritos del vagabundo,  preguntándose estupefactos quién sería la  “Rucia culiá”.

Un joven buena onda y enfiestado, haciendo lo que nadie hizo, le llevó su vasito de plástico con champán y helado de piña marca Fruna. Ahí ocurrió el milagro: aquél brebaje tuvo éxito con el deplorable y poco cuerdo vagabundo, quién luego de pegarse un sorbo bajó sus revoluciones, hasta finalmente relajarse.

Ahí, el  curioso joven se aprovechó y le preguntó:

–Oiga, amigo, ¿y quién es esa tal Rucia que lo tiene tan mal?

–La Rucia poh. La Rucia RE-CU-LIÁ. –Dijo el viejo.

–Pero, ¿Quién es? ¿Dónde está? –le preguntó mirando para ambos lados.

–Ahí poh, en esa weá vive la culiá. Ahí, ahí ¿Lo ve? –Dijo Don Erasmo apuntando hacia el Palacio de La Moneda.

 

—Fin—