Ocurrencias
Siempre hacen paseos: pa’ la yapla, pal’ sure y, pa’ las viejas: a Pomaire. Pero ahora, a los del Hogar de Cristo se les ocurrió nada mejor que arrendar el club de campo las vizcachas. Ahí estaba la gran parte de vagabundos de Santiago.
Entremedio de una vieja hedionda y con manchas de barro en la cara, estaba el viejo y nunca bien ponderado Don Erasmo, con su prominente barba, con la ropa de hace meses y su gesto de poca confianza hacia la institución de caridá. Junto a él, su perro ladilla mordía un guarén.
Estuvieron cuarenta y cinco minutos cronometrados en el lugar y, acto seguido, los echaron cascando. Les prohibieron rotundamente la entrada a la piscina (para que no se echara a perder el filtro con tanta cochiná), les enseñaron Yoga y les dieron pa’ comer un Chocman más un jugo Kapo. Nada de asados, ni su buena pichanga ¡Niun’ tejido pa’ las viejas! Nada de nada.
Como corderitos los mandaban de vuelta a los buses, pero Don Erasmo –visiblemente molesto y cagao’ de hambre– se las arregló para pasar inadvertido y escabullirse entre medio de los matorrales.
Comenzó, entonces, a abrirse paso entre los cordones precordilleranos, recogiendo carbón, pidiendo agüita y echando su cagá loca por ahí (Yo, como humilde escritor de sus hazañas, coincido en que había que darse el lujo).
De pronto, llegó a una buena cumbre y se asentó. Le quitó el guarén a Ladilla, puso el carbón y encendió su buena llama. Ahí, se dirigió elocuentemente a su can:
–¡Ya, huevón, vamos a hacer el terrile’ asao’! Vai’ a ver perro culiao, te vay a chupar hasta la patita coja que tenís…
Tal fue la ocurrencia, que hasta hoy se quema esa parte de la cordillera.
–Fin–